lunes, 24 de septiembre de 2012

HISTORIAS DE TERROR

El escondite aterrador


Roberto caminaba por la noche, mirando su celular, y por ir distraído no divisó a tiempo el peligro. En una esquina se encontraban los integrantes de una pandilla rival. Cuando los vio ya corrían hacia él.
Entonces corrió en dirección opuesta.  Sus perseguidores habían bebido bastante, y por eso pudo sacarles buena distancia, sin dejar de estar en peligro. Corrió varias cuadras echando miradas sobre su hombro. De repente sintió un dolor agudo en un costado; consecuencia de correr con el cuerpo frío.
Alcanzó a duras penas la cuadra del hospital abandonado. Cerca de la entrada vio que la puerta estaba entornada. Se detuvo, y tomándose el costado que le punzaba de dolor escuchó; ya se oía la carrera de sus perseguidores.  Optó entonces por entrar al hospital, y confiar en que su fama de embrujado hiciera que la pandilla rival no tuviera en cuenta el lugar como posible escondite, que pensaran que él no entraría allí, o que ellos no se atrevieran a ingresar.

Entró y cerró la puerta, adentro estaba completamente oscuro. Escuchó como los pandilleros cruzaron frente al hospital, se los oía jadear, ya estaban cansados.
Unos momentos después los oyó volver y murmurar frente a la puerta, para después alejarse por donde vinieron.
Roberto respiró hondo, había pasado un momento de gran peligro. Quiso abrir un poco la puerta para espiar hacia afuera, tanteó el picaporte pero este ni se movía. En la oscuridad en que se encontraba, jaló el picaporte, hizo presión desde arriba, pero nada funcionaba, estaba encerrado; atrapado en un lugar supuestamente embrujado, del cual se narraban espeluznantes historias de terror.

Se le ocurrió que podría salir por una ventana, pero tras girar la cabeza en la oscuridad se dio cuenta que allí no había ninguna; estaba en una sala de espera sin ventanas a la calle. Encendió el celular, y con su débil luz comenzó a avanzar lentamente. Tenía que encontrar una habitación con ventanas.
Desafortunadamente para él, la sala de espera era muy amplia. Al alcanzar la mitad de ésta el celular se apagó y la oscuridad se cerró sobre él.  No veía absolutamente nada. Trataba de volver cuando al girar chocó contra algo que estaba detrás, enseguida sintió que se apartaron.
Algo lo había seguido muy de cerca, estaba allí, a su lado, ahora podía sentirlo, pero no lo veía ni sabía qué era, y esa situación lo aterró.  De pronto vio unos bultos claros que se agitaban en la oscuridad. Iban hacia los lados, retrocedían, avanzaban, como su flotaran en el aire. Súbitamente se empezaron a escuchar voces, ruidos, como si el hospital estuviera nuevamente activo, y hubiera gente en él.

Ricardo no soportó el terror, gritó como nunca antes lo había hecho, y con los brazos extendidos siguió buscando la puerta, desesperado por salir de aquel lugar.
Tras escuchar un golpe fuerte vio una claridad, habían abierto la puerta. Sin pensarlo, corrió hasta la salida, al traspasar el umbral vio que los pandilleros lo esperaban afuera, uno le apuntó a la cabeza con una pistola, y tras ver un fogonazo volvió a estar en la oscuridad. 
 Perdido
Tropezó con una raíz y cayó sobre un montón de ramas. Estuvo un buen rato tirado, luego se levantó como si nada y siguió andando. 
Ernesto caminaba por un monte tupido que cada vez estaba más oscuro. Se detuvo en un claro y dejó caer el atado de leña que cargaba sobre el hombro; miró en derredor y supo que estaba perdido. 
Enseguida se imaginó las bromas que sus amigos le gastarían ¡Perdido!, y no pudo evitar sonreír.
Había andado tantas veces en aquel monte, y creía conocerlo de punta a punta, mas no recordaba aquel claro, y no sabía hacia dónde seguir. El sol ya se ocultaba, y los árboles del monte eran muy altos y frondosos como para guiarse con el astro rey. 
Pensó que si volvía sobre sus pasos se iba a perder más, así que siguió directo, adentrándose en un sendero abovedado de ramas entrelazadas.  Un rato más de caminata y ya no veía casi nada.

Se vio obligado a dejar el atado de leña, del cual tomó una vara para utilizar como bastón e ir tanteando el camino. La noche cayó del todo y el monte quedó silencioso.
Negro sobre negro era lo único que veía. Alzaba la cabeza y no veía ni una estrella. Arriba, abajo, a los lados, hacia donde volteara todo era oscuridad, una oscuridad uniforme. Sabía que aún seguía en el monte por las ramas que lo rozaban. Hacía breves pausas para escuchar pero nada, no se oía ni el más mínimo ruido, y eso comenzó a asustarlo. 
Paró nuevamente al darse cuenta de algo; ya no sentía el rose de las ramas. Extendió su improvisado  bastón en todas direcciones pero no halló nada.  De repente sintió que algo agarró el bastón y con un jalón se lo quitó de la mano. ¿¡Quién anda ahí!? - preguntó Ernesto con un grito, nadie respondió. Entonces comenzó a escuchar pasos, eran muchos, lo rodeaban, andaban en círculos en derredor de él.

Algunos parecían pasos de animales, o de algo que andaba en cuatro patas, otros pasos eran de bípedos.  Ernesto gritó al sentir que una mano lo empujaba por la espalda, y enseguida otras comenzaron a arañarlo por todos lados. 
En aquella oscuridad absoluta, alcanzó a aferrar una mano que lo estaba arañando, y notó que no era humana, aunque tampoco animal; eran unos dedos esqueléticos terminados en garras. De pronto los seres que lo acosaban empezaron a lanzar alaridos y risotadas diabólicas, y todo se iluminó repentinamente, y del suelo crecieron llamaradas de fuego, y los seres que lo rodeaban eran demonios. 
Ernesto había muerto en el monte, al caer sobre el montón de ramas una se le había clavado en el abdomen, y ahora estaba en el infierno.  

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